19/04/2024

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COLUMNA/ Desde Huatusco – La visita de Maximiliano

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ROBERTO GARCÍA JUSTO

LA VISITA DE MAXIMILIANO

El 20 de mayo de 1865, entró por las principales calles de esta población, el Archiduque Maximiliano de Habsburgo, investido como Emperador de México. Montaba un hermoso y brioso caballo de tono dorado y magnifica alzada al que, según se supo después, llamaba Orispelo. Prefería usar silla vaquera al mejor albardón inglés. Vestía elegantemente un traje de charro mexicano de paño azul con botonaduras de plata y ancho sombrero gris con toquilla blanca. Su enorme estatura sobresalía por sus educados ademanes que conjugaba con su barba que caía sobre su pecho.

Algunos kilómetros antes de llegar a Huatusco, salieron para esperarlo varios alcaldes indígenas que portaban banderolas blancas en las que se leía los nombres de las localidades que representaban. Fue una entrada emotiva, como estaba acostumbrado su Majestad a que lo recibieran en los lugares que visitaba. A lo lejos se divisaba un arco adornado de flores, vistosos pañalones, la gente gritando vivas, las campanas de las iglesias repicando a todo volumen y los cohetes que tronaban como rayos en el cielo.

La generosidad y el entusiasmo de un pueblo se manifestaron en toda su magnitud en su marcha. Los felices anfitriones lo condujeron hasta la casa de don Clemente González Páez, un caballeroso y próspero comerciante que accedió gustosamente a prestar su casa para hospedar en la parte alta del inmueble, al Monarca y su séquito. Se dispuso para que degustaran un suculento banquete de comida mexicana. Debido al cansancio su Majestad pidió disculpas y se retiró para recuperarse del agobiante camino.

Al día siguiente, muy temprano se le ofreció una misa especial para él y su comitiva. De ahí pasó a visitar la cárcel Municipal que estaba ubicada frente al Parque, luego el Hospital y posteriormente algunas Escuelas del área urbana. Como era su costumbre platicó con los representantes de la comunidad a los que sugirió algunas providencias para agilizar el servicio por lo que, dispuso se construyera y ampliara el sistema de agua potable y otras mejoras de carácter social.

La tranquilidad que reinaba en la zona, el clima benéfico que nos envuelve y el trato amable de los huatusqueños, lo motivaron para decidir quedarse durante tres días más. Eso sí no dejo de comentar que “Los vecinos de esta localidad, probablemente queriendo perpetuar el recuerdo de nuestra visita, querían que todos falleciéramos de indigestión”. Los que disfrutaron de postres y confituras fueron el general De Franz Thun-Hohenstein, responsable de reorganizar el ejército imperial, Don Luis Robles Pezuela, Ministro de Fomento, así como los húsares austriacos, los soldados del regimiento de la Emperatriz y personal de la servidumbre. Nunca andaba solo, por lo menos treinta personas a su servicio le acompañaban.,

Antes de decir adiós a esta hermosa Villa, reunidos en la plaza pública con presencia la de mucha gente que lo observaba en su forma especial de despedirse, ordenó a su secretario que se donaran mil pesos para que la autoridad los utilizara en las necesidades más apremiantes de la población. Pero, con verdadera sorpresa del distinguido visitante, el perfecto político y todos sus colaboradores no aceptaron recibir la suma mencionada argumentando que: “En Huatusco no había gente necesitada, todos trabajamos y nos basta el producto de nuestro trabajo para subsistir”.

Insistió el Emperador para que aceptaran su ofrecimiento, manifestando que, si no servían para mejorar las necesidades de los pobres, puesto que estos no existían, sí servirían para mejorar el hospital, ya que no quería pasar por este lugar sin dejar alguna huella benéfica de su paso. Finalmente, al tener la oposición de la autoridad municipal en su contra, los donó a la Iglesia católica que con agrado los recibió y con ello dar gracias a la noble actitud del Emperador de México que por tres días fue atendido por la clase acaudalada de la Ciudad. Demostrando que, sin importar el personaje, aquí se le trató con respeto y educación. (Relatos de José Luis Blasio y Prieto, secretario de S.M.)

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