COLUMNA/ Desde Huatusco – Leyenda del pasado
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Roberto García Justo
LEYENDA DEL PASADO
Narran los viejos que en tiempos inmemoriales los habitantes de Cohuatépec vivían felices elaborando costales, laborando en el campo y disfrutando las virtudes del paraíso en que habían nacido. Las poblaciones de la comarca envidiaban al “pueblo de la culebra”, que así se llamada, pues ninguno de ellos era tan feliz de sus haberes ni tenían aquel ambiente de encantadoras costumbres. Tradicionalmente los poseedores de tal virtud eran los ancianos, ya que los caminantes que viajan en la obscuridad, para no extraviarse se guían por las estrellas que iluminan la noche. Los cohuatepecanos en el camino de la vida se orientaban por la sabiduría de los ancianos, que jamás dieron malos ejemplos.
Llegó un día en que los hombres considerados como importantes, torcieron su camino. Se volvieron disipados y licenciosos. Los de menor edad siguieron su ejemplo, faltando el respeto a los adultos y a sus padres. A nadie le importaba labrar la tierra; por todos lados reinaba el más completo abandono. Los caminos antes limpios y amplios, se volvieron intransitables por la hierba que crecía. El río arrasó los puentes colgantes y nadie los reparaba. Lo que era una comunidad entusiasta, progresista y respetable se transformó en un deshecho de la pereza humana.
También las mujeres quebrantaron su potencial creativo y como portadoras de la moral de la familia se entregaron en los brazos de la flojera. Ya no había materia prima para producir costales, el yute la palma y el bejuco, habían escaseado, también los alimentos. Pasaron muchos años en esa condición tan lastimosa, en virtud de que los habitantes parecían espectros por lo mal comido y los vicios que como una plaga los tenía atrapados. Se entretenían mirando a la naturaleza que no dejaba de procrear nubes, flores, tempestades y aurora. Solo ellos permanecían ignorantes y ociosos.
Pero he aquí que una noche de presentimientos adversos, en la que aúllan los coyotes, los niños no pueden dormir y las estrellas errantes, como lágrimas de fuego declinan sobre la tierra. Se escuchó una voz airada que imponiendo silencio exclamó: “Por su libertinaje perverso murieron cien pueblos que fueron sabios en su tiempo. Tocó el turno a ustedes, prepárense para perecer. La tierra no puede seguir siendo la madre de holgazanes. Piénselo bien, si mañana al salir el sol por el oriente no se incorporan al trabajo, caerá sobre el caserío una gran peña, sin que pueda escapar uno solo de sus habitantes. “
Era una dura advertencia que provenía de la Diosa Tierra, la madre de los hombres que como dice el mandato universal, prefería verlos morir, antes que continuaran con su vida miserable. Todos quedaron sobrecogidos y temerosos, escucharon y obedecieron el mandato de la Madre Tierra, amaneciendo tomaron sus instrumentos de trabajo y se dirigieron a realizar las labores que lucían abandonadas. La enorme roca no se desprendió del cerro, está inmóvil, como esperando el momento por si fuera necesario.
Aquel caserío retornó a sus actividades, ya que es la única verdad que conduce a la felicidad. Resurgió la euforia y la virtud que lloraba en el destierro, han vuelto a su antigua mansión y se les ve sonreír en todos los flancos de los puntos cardinales. Como la delicada flor del nochtli que se mueve por el viento en lo más alto de la penca. Para fomentar la lectura hay que proporcionar algo de interés para los lectores.