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Checo, la virtud de la constancia
Jesús Mejía Cruz/JMC Periodismo Deportivo
«Asegúrate de que Checo (hijo) esté viendo la carrera, por favor», decía todavía al volante el piloto mexicano Sergio Pérez, apenas cruzó la meta como primer lugar del Gran Premio de Sakhir.
Al igual que sus bólidos, los pilotos tienen motores. El de Checo está en el Junior.
Diez años de carrera profesional le costó llegar a ese sitio. Triunfo hecho a la medida de un mexicano: venir de atrás después de un choque al inicio, con un futuro incierto (¿se abrirá la puerta de Red Bull?), pero con un mensaje conmovedor en papel de padre.
Quien nos acuse de villamelones a los visitantes ocasionales al tema de Fórmula 1, se pierde el mensaje. Aunque no esté equivocado.
La mañana de domingo cambia con la noticia. La victoria toma por sorpresa. El mensaje se oculta en las lágrimas de un solitario Checo Pérez cuando los integrantes de la celebración se han retirado.
Las razones de un triunfo se extrapolan de generación en generación.
En Twitter, alguien recuerda que hace años un amigo le dijo que su hijo era tan bueno que algún día iba a ganarle a Schumacher. El amigo de ese usuario era Antonio Pérez Garibay, el papá de Checo.
«No es cosa de dinero, es cosa de decisión», dice don Antonio en una entrevista.
Si se tratara de una fórmula, aquí se devela. No se requiere que todos crean. Con que crean los necesarios, es suficiente.
Las bondades de la persistencia. La virtud de la constancia. 50 años después de Pedro Rodríguez, Checo regresa a México al sitio de honor de un Gran Premio de Fórmula 1.
«Sólo pensaba en que mi hijo me estuviera viendo», dice emocionado el piloto mexicano, en respuesta a lo que pasaba por su cabeza en las últimas vueltas.
No termina de dar la entrevista cuando el móvil recibe una videollamada.
-«¿Viste a papá? ¿Sí viste a papá? ¿Quién ganó?
-«Papá».»Te quiero, gordo».
La paternidad estriba en trascender. Llegados a este asunto, las ilusiones no tienen vigencia. Mucho menos en una zona de pits, manejando a contracorriente.
