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La canción es de quien mejor la baila
Jesús Mejía Cruz/JMC Periodismo Deportivo
En México, no son pocos los que al escuchar Thriller, primero identifican a La Parka y después a Michael Jackson.
También en México, el ring de lucha libre sigue siendo un lugar donde casi todo se puede. Desde volar hasta mantener el misticismo de las identidades ocultas. Un mundo irreal cuya belleza radica en la realización de lo imposible. Un asombroso asomo a la fantasía.
La Parka representó a la perfección eso, con grandes dosis de un carisma exclusivo y ajeno a cualquier talento.
Precisamente en uno de esos asomos a la fantasía, La Parka encontraría el principio del fin. Aquel lance en Monterrey representó el último intento de Jesús Alfonso Huerta sobre el ring. Durante los casi tres meses posteriores, sus esfuerzos fueron exclusivamente para sobrevivir en la cama de un hospital.
Alguna vez pudimos verlo quedarse hasta firmar el último autógrafo. Su carisma era tan grande que no dejaba percibir a la multitud las complicaciones que tenía hasta para subir al encordado. Era una colección de lesiones, pero al mismo tiempo un compendio de simpatía.
En un ambiente de estruendos fascinantes y atmósferas abigarradas, Huerta Escoboza hizo trascender por el camino del encanto a un personaje que debía ser temerario.
La rivalidad con Adolfo Tapia (quien al sentirse despojado por Triple A dio origen a L. A. Park), incluyó una contienda por el nombre. Nunca antes alguien que llegó después, fue tan dueño de algo.
El lunes se cumplió un año de la muerte de La Parka. Nunca lo supo, pero al poco tiempo de su partida la lucha libre y la vida misma cambió.
Quizá tampoco lo sepa, pero nunca más un personaje volverá a enloquecer una plaza atiborrada, rendida al jocoso vaivén del ritmo de esa canción que en México ya no es de Michael Jackson, sino de La Parka.
